"Las grandes puestas del sargo" (I parte)
Preámbulo
Una de las facetas relevantes en el momento en que decidimos emprender la complicada tarea de pescar sargos, es conocer exactamente las zonas apropiadas. Tal iniciativa requiere un conocimiento profundo de las necesidades, hábitos y preferencias de la especie.
La tendencia del sargo a explorar las zonas intermareales en la frenética búsqueda de moluscos y crustáceos que llevarse a la boca, nos debe indicar -a priori- la dirección de aquellos pedreros más querenciosos. Veremos, durante nuestros paseos sobre los acantilados, múltiples posibilidades que debemos investigar concienzudamente: canales abiertos, promontorios, bahías expuestas, etc.
Dependiendo de la constitución propia del litoral, esta zona será más o menos amplia. Como es obvio, en aquellos mares donde las mareas resultan inapreciables, como en el mar Mediterráneo, los fundamentos que aquí pongo sobre la mesa no son del todo exactos.
Por otro lado, en las costas sometidas al influjo evidente, como sucede a lo largo del litoral Cantábrico y aquél bañado por el océano Atlántico, existen ciertas - aunque sutiles- diferencias de una parte a otra. Baste, como ejemplo, constatar la magnitud y relevancia de la zona intermareal (es decir, la que queda expuesta durante la bajamar) en el caso primero: la rasa costera imperante hace que las playas pedregosas presenten una alineación especial y un perfil claramente plano, particularidad que deja al descubierto enormes porciones de costa. Si nos dirigimos en nuestro viaje a cualquier roquedo de la costa gallega veremos en términos generales un menor gradiente, por lo que la apreciación es de mayor envergadura en sentido vertical que en horizontal. Sin embargo, en el interior de rías y estuarios, el reflujo deja inmensos territorios; pero este interesante ecosistema, aunque poblado de sargos, no es tan adecuado para emplear las técnicas apropiadas.
En esencia nos volcaremos en verificar de forma magistral los horarios de marea, y la incidencia de la misma en cualquiera de las puestas de pesca donde deseemos desarrollar la acción.
Definamos en primer término la puesta de pesca como “la porción de la franja costera delimitada por ciertos estructuras que goza o es garante de unas peculiaridades que la hacen apta para la pesca del sargo, en este caso con el procedimiento específico de la boya y el uso de macizo”.
Se convierte de esta guisa en una especie de “nicho” que el impulso de la marea va llenando de forma que el cebo que utilizamos para atraer al pescado se encuentre estable, creando unas condiciones óptimas para que el sargo se desplace lo menos posible, permaneciendo en proximidad.
Vacilamos ante el vértigo, en un suspiro de vistazo que atrae a la retina esa rompiente fabulosa. -Mira, “chaval”, aquí tienes una puesta de veras, de esas que dan sargos, por y para siempre- comento al compadre.
Ya se percibe el aroma benefactor, ese yodo agradable; también el tumulto, el traqueteo, percusión de cantos molidos al milenio de una resaca imperecedera. Asimilo, al tiempo, la tonalidad que da buen pálpito, esa espuma arrimada a la piedra, ese azul verdoso, algo lechoso en la inmediatez.
La memoria y el ágil cálculo: imprescindibles gestiones cerebrales.
Ahora entra en juego la experiencia de una vida, conjugar la lectura a lo largo de unos minutos, con situaciones pretéritas, imágenes registradas en la memoria a largo plazo. Es la ecuación primordial que se antoja vital antes de acometer un descenso por ese acantilado de doscientos metros, pleno de escenarios circenses.
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