Carlos redondo y una lubina
EL VIEJO Y EL MAR, POR ERNEST HEMINGWAY (VERSION ASTURIANA)
Estaba en un sueño profundo. En canales ideales rodeado de sirenas con los pechos desnudos que me sonreian y viendo las lubinas cebarse justo enfrente de mi, con la duda de cual de los deseos que me asaltaban debia satisfacer.
El despertador sonó estridentemente rompiendo todo el encanto. Sin tiempo para pensar y con el corazón alterado por el cambio tan brutal de dimensión, me tiré de la cama y lo primero en que pensé fue en mirar por la ventana para ver que tal día hacia y sobre todo como estaba la mar.
Eran las seis de la mañana, la oscuridad era total, la mar no sonaba, no había viento y la quietud animaba a volver a meterme entre las sábanas e intentar recuperar aquel sueño.
Pero no estaba en mi casa ni en mi entorno. Estaba de expedición y tenia que intentarlo fueran cuales fueran las circunstancias, que no se me antojaban las más propicias para conseguir algún resultado, aunque como estamos hablando de una ciencia inexacta, la pesca, pues nunca se sabe lo que puede pasar.
Sin apenas probar bocado, salvo un frugal pocillo de café, salí de la casa y me sumergí en la oscuridad del entorno, recibiendo un intenso aroma a salitre proveniente de la playa que estaba a escasos metros de donde me hospedaba.
Tenia pensado dirigirme hacia el pueblo de Canosa, para bajar a una punta que había visto desde lo alto del acantilado el día anterior, que me daba la impresión de que podia ser El Dorado de las lubinas, por su configuración.
Despues de atravesar las estrechas calles de ese pueblo fantasma que no todos los días está en su sitio, que apenas viene en los mapas y cuyos habitantes parecen (son) descendientes directos de Vlad Dracul, desemboqué en una pista de tierra que me llevaría a la punta del acantilado, por el camino se me cruzó un gato blanco y también vi una persecución de lechuzas blancas, estarian en celo y seguramente les había estropeado el momento.
Buenos presagios -pensé-, pero que estoy diciendo, yo no soy supersticioso, aunque, en confianza, prefiero que se me cruce un gato blanco que uno negro (el caso es que casi siempre se cruza alguno, ¿verdad?).
Llegué al principio del camino que bajaba, el alba empezaba a despuntar, hacia un poco de frio, la quietud era total y nada presagiaba que cien metros más abajo estuviera la mítica mar del fin del mundo.
Los toxos cerraban casi el camino, lo que me hizo pensar que no era muy transitado, aunque con la primavera que llevábamos de lluvias también era posible que hubieran crecido desmesuradamente en poco tiempo.
Mientras bajaba concentrado en el camino sinuoso, en mi cabeza sonaba la música de un paseillo torero, siempre comparando nuestra actividad con la taurina, con la que encuentro bastantes similitudes, aunque más lírica y peligrosa aquella, pero ¿a que la mar también pega cornadas? Físicas y morales para el que la siente dentro.
Al llegar abajo casi había amanecido, todavia estaba entre dos luces, la mar estaba bastante quedada salvo en los canales con poca profundidad de la ensenada que se abría a mi derecha, donde se dibujaba algún espumero intermitente.
Empecé a armar. Enfrente de mi había un canal que tenia profundidad, por lo que elegí un Duo de 17,5 cm. apodado "El Golosina" por Jose, el dueño de la tienda de pesca "O Campanu" de Cee, por sus buenos resultados entre la especie lubinera, aunque con la habilidad vendedora que tiene ese hombre, ya dudo si el señuelo en cuestión pesca peces o pesca hombres, por que guapo, lo que se dice guapo, es precioso, lo que espero es que a ellas también se lo parezca.
Era la primera vez que estaba en este lugar, andaba con mucho cuidado a la hora de acercarme al agua, que no rompía mucho y se me antojaba que iba a lanzar desde un punto demasiado alto, con lo que el pez no trabajaría bien, ya de por si se cala poco, es posible que viniera por encima del agua.
Ya era de día. Despues de unos cuantos lances con los que iban todas mis ilusiones sin resultado, decidí moverme por el lateral de la punta en que me encontraba, de aparente fácil acceso y llegar atrás del todo, era pleamar y presuponia que podía haber algún pez en un metro de agua.
El agua estaba semi-transparente, el fondo era de bolos blancos, poca profundidad, canales, bastante ocle atrás todavía fresco, sin descomponer, aunque ya con su olor característico y algunos mosquitos.
Cambié a un paseante, un lucky ghost minnow de 12 cm. y al primer tiro en un canal con algo de espuma, en el último momento casi al sacar el pez, se tiró una que no hizo presa, no muy grande, pero que me dió esperanzas. Volví a pasar unas veinte veces más y ni sentí nada ni ví nada.
La verdad es que la mar estaba demasiado suave, pero en parecidas circunstancias, a veces, se me ha colgado algún perrote a base de insistir (¿de molestarle, quizá?), además el sitio era maravilloso, ya controlaba un poco el terreno y como en esta costa atan los perros con longaniza, seguí insistiendo por todo el pedreru, cambiando de puestas y de señuelos, sin resultado.
Os ahorraré los detalles, llegué al final a un corte que me impedía seguir, tenia que volver sobre mis pasos, ya eran las diez de la mañana y a medida que había ido aumentando la luz, habian ido menguando las esperanzas.
En esta faena no iba a cortar ningún trofeo, ya debería irme, había pasado el mejor momento, el sitio me gustó a pesar de todo, pensé en volver con mejores condiciones.
Ya no volvía tirando con la misma intensidad que había ido, el codo (codo de golfista, me dicen los galenos) me dolía un poco despues de ¿doscientos lances?, pero lo que más me dolía era el pensar que se me acababan las oportunidades, ese mismo día tenia que volver a Asturias.
Iba con esta pesadumbre encima y entonces ocurrió. En uno de los casi ya mecánicos lances con un Patchinko color carne de 14 cm., a las tres vueltas de manivela despues de caer, un repompo brutal, que sacó espuma encima del agua, y el carrete empezó a chirriar con esa música celestial que nos parece la mejor de las sinfonias.
Fue un instante fugaz, en el que se condensaron todos los esfuerzos de más de tres horas de probar y probar, en el que se abrió la Walhalla, el paraiso de los guerreros que mueren en batalla.
"Maeztro, er bisho ez mu grande". Con las miradas de todo el tendido puestas en el lance (hay que mantener el tipo, tieso y con garbo, nada de acojones) empecé a trabajar al pez, que se había asustado al notarse preso y pretendía irse hacia lo más profundo, ya me había sacado lo menos veinte metros de hilo, el carrete estaba al rojo y yo lívido, con el cuentarevoluciones en zona roja. Se dió un respiro y me permitió cobrar unas vueltas antes de pararme en seco y volver sobre sus pasos. Todavía no la veía, pero intuia que era un buen pez. Con sucesivos descansos y frenazos, me permitió ir acercándolo sin desviarse demasiado de la perpendicular en que había picado, una roca afloraba en la trayectoria en las bajadas del agua y venia derecho hacia ella. "Mardita sea, que pelee en los medios, no en las tablas"!. Entonces emergió. Se trataba de la madre de todas las lubinas de la zona, se puso de costado y un pequeño cachón la elevó por encima de la roca que se interponía, menos mal, ya no quedaba ningún escollo entre los dos.
La boca estaba seca, el pulso se iba normalizando, la batalla me permitió mirar a derecha e izquierda para ver el mejor sitio para colocarla en seco. Yo estaba subido en una roca de unos dos metros sobre el agua, conseguí ponerla casi debajo de mi, la vi perfectamente, casi entregada encima del agua, le calculé unos seis kilos, traia el señuelo metido por completo dentro de la boca, estaba bien prendida, apenas se le veia la cabeza por momentos, el desenlace era cuestión de tiempo.
La orquesta interpretaba un pasodoble mientras el animal hacía sus últimas salidas, más por peso que por fuerza, pero cuando enfilaba hacia la mar, no había manera de pararla, hizo otro intento paralelo a la costa, pero acababa agotándola y poniéndola a la vista y sobre el agua.
Yo había retrocedido hasta bajar de la roca en que estaba, a un sitio cómodo y contaba con la ayuda de la última ola para vararla. La tendría a tres metros, ya contaba con que la situación estaba dominada, con que estaba segura, CON QUE ESTABA EN EL BOTE (el mayor número de cogidas mortales se produce al entrar a matar, con el toro ya entregado) cuando en un último intento se metió casi debajo de la roca en que yo había estado subido, no pude, no quise evitarlo para no tensionar al máximo el aparejo, supuse que no tenia manera de hacerse fuerte, pero por desgracia empecé a sentir el roce del trenzado contra la roca.
Fue un exceso de confianza. Ahora estaba con la llova enrocada a mi lado, esperé que viniera una ola por ver si se movía, pero nada. Tensé con mimo por ver si salía pero nada. Esperé unos segundos, tal vez minutos, que se hicieron eternos y presioné con un poco más de fuerza.
Entonces, noté el hilo en vano, casi cai para atrás por la inercia y al recoger y mirar el aparejo, el clip estaba abierto.
Se hizo de noche. En el palco el presidente sacó el pañuelo y sonó el primer aviso. Incrédulo ante lo que había pasado me quedé inerte, petrificado, mirando al vacio.
Si hubiera tenido un espejo para mirarme, mi pelo se habría encanecido y las arrugas se habrian adentrado hasta el fondo de mi corazón, había envejecido diez años en diez minutos, o en diez segundos mejor dicho y me quedé sentado en el grijo, como un tonto, con la mirada perdida, incrédulo ante el desenlace.
Todo empezó a dolerme mucho más, la espalda, el codo, las piernas, estaba volviendo a la realidad y en lo primero que pensé fue en algo que me contó mi padre cuando yo era pequeño: el hombre es el único animal que se lamenta, un zorro cogido en una trampa es capaz de morderse una extremidad y cortarla para recuperar la libertad y se va tan feliz, con una pata menos, pero libre otra vez.
Además lo peor era para el pez, se había ido con la boca cosida, probablemente estaba sentenciado, era frustrante, ni pescado ni vivo.
Con parsimonia empecé a recoger, la hiel sazonaba mi garganta, lo que me quedaba por subir, tanto esfuerzo para nada. . . . . . . . . .
Empecé a pensar que podía haber pasado y a la única conclusión que llegué fue que, al tener tan dentro el señuelo, el clip le quedaba a la altura de las mandíbulas y que probablemente, dolorida, sangrando, pero luchando por su vida, había hecho una presión desmesurada con ellas y había tenido la suerte de abrir el clip. También que, como calo con trenzado del 0,17 y terminal del 0,41 !!!!, debía haber forzado más la jugada y no permitirle hacer lo que hizo.
Pero ya todo daba igual, la realidad era insultante.
En una última mirada al canal, ví un objeto pequeño que flotaba, algo familiar, pero un poco lejano para distinguirlo. Picado por la curiosidad, esperé a que las olas lo fueran acercando hasta tenerlo cerca, me subí a la roca en que se había desarrollado el lance y comprobé con estupor que era el Patchinko flotando, como era posible, hacia diez minutos tenia los dos garrampines clavados dentro de la boca de una lubina y ahora flotaba libre........ igual que el pez, al que yo suponia dolorido pero con capacidad suficiente para recuperarse, vencedor en mil y una batallas, libre y que viviría cien años para procrear e inundar la zona de vástagos tan bravos como él.
Y me alegré y me volvió el color al pelo y desapareció casi el cansancio y me sorprendí a mi mismo subiendo el camino silbando el pasodoble "Manolete, Manolete, si no sabes torear pa que te metes". . . . . . . . . .
de Carlos Redondo (las fotos de la zona están en la entrada anterior)
Y esta lubina, que pagó con fuerza la Lubinona perdida en Galicia, pescada enla tierrina asturiana.
Esta es la historia
"Ayer pillé la mejor del año hasta ahora, 4 kg. justos, por Caravia Alta, a las 7,15 de la mañana, con el inefable Super Spock, me dió bastante guerra y estuve acojonado todo el tiempo, estaba en un sitio un poco alto, la tuve lo menos diez minutos debajo de mi como un tronco, mecida por las olas, hasta que pensé como podia bajar, una sucesión de olas me la metió en mal lugar, no vino por donde yo quería, como suele suceder, quedó varada pero con más de medio cuerpo dentro de un hueco entre los regodones, que eran grandes, tuve que controlar una quedada y jugarme el pegarme una hostia pues tenia que pisar bolos llenos de baba, pero tuve suerte y la mar se paró el tiempo suficiente para cogerla y volver a subir deprisa.Digo lo de que estuve acojonado por que antes, al segundo tiro, entre dos luces, sentí una que debia ser muy grande y tengo que lamentar la muerte en combate de un Z-Claw, vino hacia mi a toda leche, luego a veinte metros frenó en seco y salió como un cohete mar adentro, no pude pararla y en cuanto levanté la puntera me lo partió todo, por el nudo de unión del trenzado y el fluorocarbono, eso me pasa por no cambiar siempre o casi siempre el bajo, estaría rozado o algo así. Lo siento por ella, espero que sepa quitarse el pez. (Me dió muchas esperanzas una tertulia de Javipesquin sobre este tema en Asindegrande, hace ya algún tiempo).Tuve que ponerme a hacer el bajo y poner el clip en el mejor momento para estar faenando, todo azotao, no se veia muy bien y tres tiros despues me entró esta y claro, con el gafe que arrastro ultimamente desde que amenacé a San Andrés de Teixido con quemarle la iglesia si no me daba buena pesca, pues me puse en lo peor, igual estaba algo mal, ya me entiendes, la traté con mimo y se acabó el gafe con ella a costa de su vida, pobre.Debía haber ganao por la zona, mi compañero Mario sacó una del kg. al quinto tiro (él siempre se pone a chillar), le entraron a un Lucky - Gunnish - Gosth Minnow de 12 cm. dos grandes en una zona de espumerin y un metro de agua pero no se clavaron, sacó otras dos que devolvió y sobre las 10 apareció otro pescador por la zona, venia del lado contrario al que estabamos nosotros y traia una muy grande también, pero el tio paso de largo sin decir nada.En fin, combustible para seguir adelante. (El sábado también fui, cerca de Avilés, estuve tres horas dale que te pego y ni ví ni olí nada, pero claro eso no se dice ¿no?)
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