Finis Terrae
Decididos a pescar unos sargos fuimos este sábado hacia la “tierra prometida” de Galicia; en principio sería Valdoviño por la mayor proximidad, pero el nordeste insidioso y la lectura atenta de las “tablas de la ley” del Windguru, y creyendo con fe en ellas, nos atrevimos a alcanzar Finisterre sabiendo que allí no habría viento (alguno tuvo que meter el dedo en el borreguillo para creer). Asombroso, en el fin del mundo hacía sol, calor, muchísimo calor en la piedra y no se movía el aire, y el agua cristalina como en pleno verano.
Tras varias vueltas de rigor en las imposibles carreteras de la zona (el único cartel que encontramos estaba todo tachado y donde ponía Queiroso habían añadido “As” delante, con que palante y patrás llegamos desde Lires, centro de operaciones hasta Muxía y de allí, vista la mar parada, (nos vaticinaron unos y otros la imposibilidad de sacar sargo con un día así) bajamos a la Punta Buitra o Voutra, que ya sabíamos mítica entre otros por las indicaciones del titular de esta página, como siempre.
Tenía la mar un golpe muy bueno y al llegar ya los vimos brillar bajo el agua. Al principio fue casi pescar a pez visto, tirándoles encima la xorra blanca, que fue prácticamente el único cebo que quisieron; era lo único apropiado que teníamos con la transparencia del agua. José aneció con la gamba y no pescó nada hasta el final del día que sacó un par, eso sí uno de más de kilo y medio. Con tripa de chipirón, que preferían sin duda a la tira, acordaros de ella que merece la pena, saqué alguno cuando la mar movió algo más. Perdimos muchos también, sobre todo con la tira de chipirón desaferraban con facilidad, siempre parece que los más grandes; uno muy bueno me rompió el 0,23 Seaguar, que fue con lo que pescamos.
Pero el caso es que tampoco entraron locos, por momentos sí más seguido, pero hubo que ir alternando tres puestas para ir sacando y por cierto todo fue prácticamente sin enguadar; con poca cantidad de cada vez, porque a la segunda cucharada ahí estaban las bogas, que no molestaron demasiado si no se macizaba, así que casi pescamos “a pelo”, una sensación nueva y muy agradable: el paisano con su anzuelo y su cebo y la mar infinita, tal cual.
También estaba lleno de muíles enormes que rondaban la punta como tiburones y la mayor impresión del día: pasaron rozando la piedra, de verdad, a cinco metros de mí, al alcance de la mano, un grupo de unos seis calderones, enormes, de un bronce tostado jabonoso, que dejaron el rastro de una antigua emoción que nos recuerda que aquí estamos, en medio de una naturaleza todavía viva y salvaje pese a todo.
El domingo la cosa se torció, bajamos a la zona de Monte Gordo, y aunque habíamos pescado bien el año pasado, mira que “me habían dicho” que aquello es veceiro, pues esta vez lo primero que nos engañó fue el tiempo: el aire empezó a salir ya por la mañana, pero al ser Nordeste pegaba por la espalda de una pared de cien metros, abajo estaría bueno, la mar perfecta; llegamos allá y ya empezaba a molestar, cómo se mete el viento por las rendijas en esta tierra, a la media hora ya estaba insoportable y a la otra media imposible. Sujetamos la vara baja como podíamos, plegándole un tramo a los 7,30, pero no se podía ni lanzar ni vivir y además la mar se metió en exceso con el viento. Aún así, dibujando, sacamos alguno más y alguno grande que se perdió. Precisamente uno muy grande se le escurrió de la mano al enseñárnoslo a José , que el domingo se había reconciliado con la xorra y la pesca, y le cayó por un largo tobogán de piedra, detrás iba el pescador, ciego, que si no le hace un placaje el hermano cae al agua detrás del pez.
Lástima que me habría gustado hacer un montón de fotos y vídeos, pero me dejé la tarjeta de la cámara en casa, así que alguna sacamos con el teléfono, la última foto son los sargos del primer día y la de la mar es en Touriñán, que fuimos de visita, ahí ya soplaba "algo"; para la próxima lo intentaremos de nuevo.
Un saludo compañeros.
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